miércoles, 21 de septiembre de 2016

Otros mundos


Era sábado y estábamos listos para el concierto que brindarían los alumnos del conservatorio de música, aunque en realidad la mayor atracción sería Joan: un niño ajeno a la escuela pero, cuyas dotes para la interpretación de los grandes clásicos era sorprendente, razón por la cual cada año al finalizar el ciclo lectivo era invitado. Donde había aprendido Joan, era uno de los tantos misterios a develar.
Este era el quinto año consecutivo al que yo asistiría, debo confesar que el motivo era escucharlo en el piano. Ya soy vetusta y solo asisto a los sucesos que me gratifican el alma.
Joan  me embelesaba a tal punto con sus interpretaciones que muchas veces me encontré llorando sin más motivo que la emoción misma. Como si entre el piano, las notas, sus dedos y su alma estuviese la armonía capaz de conmover las fibras de mi corazón. Hasta llegué a creer que mis lágrimas no eran saladas cuando salían a borbotones; llegué a creer que las lágrimas se vestían de un dulzor tibio, quizá por la dulzura emanada por Joan cuando vibraba su cuerpo y su alma en el mismo instante en que  las notas comenzaban a sonar.
Entre su esencia y las composiciones  un universo desconocido se hacía presente. El muchacho o joven niño echaba la cabeza hacia atrás y hacia adelante con  movimientos repetitivos, los ojos permanecían cerrados y sus manos huesudas simulaban ser alas.
Me gratificaba a tal punto que muchas veces por pudor  escondía mi llanto tras algún pañuelo y otras veces se tornaba indisimulable el quiebre de mi ser ante la belleza que nos brindaba.  Bach era su favorito, también para mi. Luego,una vez finalizada su rutina,  todos aplaudían con fervor, y Joan, sin mirarnos siquiera se retiraba de la mano de su profesor.  

Dicen que él es autista, yo creo que él se conecta diferente con los mundos puros, y nosotros tan humanos y tan contaminados solo queremos encerrarlo en la caja que nos han enseñado.

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