martes, 20 de septiembre de 2016

Los ciclos de Lucía


No entiendo demasiado acerca del mundo de las emociones, ha de ser por esa concepción antigua de que las emociones se resumen en dos o tres hitos que harán de nosotros un anónimo entre millones de anónimos. Nacer, crecer y morir es común suerte.
Nacer en un tiempo no pedido, ha hecho que muchos se sintiesen estar habitados por un siglo distinto al que hubiesen deseado. Nacer, como ilimitada frontera del mundo de los vivos, y crecer en distintos aspectos para morir irremediablemente como suma de todas las emociones que han hecho de la vida un cúmulo de misterios. Como sea, esa mariposa colorida que sobrevuela las flores de mi jardín me genera un sinnúmero de emociones adversas: sé que proviene de la oruga, ni en el absurdo más elemental hubiese supuesto que una larva podría evolucionar hasta la belleza misma.
Me sentí identificada, yo , como la larva humana elemental, deseaba alcanzar la belleza pasando por lo más feo de mi .
Esa tarde de abril de mil novecientos setenta y dos me colé en un féretro para convivir un tiempo con la muerte, de algún modo quería sentir la emoción de un misterio no revelado y esa corona de flores con helechos verdes frescos me invitaron a seguirlas. En la intimidad más osada me sentí secretamente nauseabunda.
¿Las orugas viven a expensas de la muerte? Mi vista era paupérrima, razón por la cual supe que todo lo pseudo era escaso: no tengo buena vista como tampoco la tiene Lucía, la vecina del séptimo piso que solo baja al parque en primavera para cazar mariposas. Lo que ella no sabe es que estamos en igualdad de condiciones: ella no ve muy bien y yo tampoco. También nos parecemos en esto del amor; yo deseo ser una mariposa que aletea por nuevos continentes, y ella, Lucía revolotea en el vecindario en vistas de conocer nuevas tierras.
Los sentimientos son como un bicho que tiene alas propias, oí decir por ahí, que vive a expensas de la naturalidad y que necesita de la alquimia con otros. Claro que Lucía conocía de sentires y emociones; la nostalgia y melancolía estaban a la orden del día.
No quise mimetizarme con esos estados , yo deseaba pintar mis alas de colores vivos y para ello debía aprender a vivir saliendo del statu quo de gusano de invernadero.
También , Lucía, la del séptimo tendría que salir de su estado de oscuridad permanente. Tan solo necesitaba una chispa que abriese sus sentidos y así sucedió el día que conoció al vecino del octavo. Ella comenzó a vestir con ropa de todos colores y parece que me contagió las ganas de vivir. La explosión de sus hormonas me portaron también al estadio hormonal preciso y muté hasta volar con alas de estridentes colores.
La metamorfosis de Lucía también fue evidente: el amor trajo consigo una nueva mirada del mundo. Ya no sale a cazar mariposas ni baja al parque en primavera, ella vibra de enero a enero y aunque sabe que su ciclo terminará con la propia muerte en poco tiempo, pues su enfermedad terminal así lo pronostica, ella cree en los ciclos y apuesta a ser la misma testaruda u otra semejante.
Esto de mutar es para los que saben acerca del mundo de las emociones y sentires, lástima que el tiempo no perdona la tozudez de permanecer estática hasta despertar.

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