viernes, 30 de septiembre de 2016

La ventana


Me gusta conquistar mundos desde la ventana, y aunque rechacé la idea de viajar en tren, me sentí posteriormente, arrepentido.
Los años subsiguientes,  deambulé por las noches del alma, entre pasillos de la mente y huecos del corazón. Retomé la idea, viajar siempre es un canto a lo impredecible. Recalé en lo memorable.
Una figura a lo lejos en un viejo andén, me recordó las tantísimas veces que las personas creen llegar a destino al reencontrarse con otras. Pero, este no fue el caso. No creo en los hados aritméticos y menos que menos en lo fortuito. Todo tiene su razón de ser, su porque, su cómo y cuándo.
Ir y venir por la niebla nunca es cosa clara y aunque quise disiparla con la luz del corazón, por enésima vez ganó la oscuridad. La niebla es también ese mundo… bajo mundo, ese submundo que se alimenta de lo aparente pero se nutre de lo escondido.
Se comenta que hay distintos tipos de trenes: hay varios en los que ya he viajado ,  tienen demasiados muertos vivos viviendo como camaleones, sonriéndole a la luna pero amaneciendo en brazos del sol hasta incinerarse. Yo fui un divertido pasajero, pero reconozco que también hay otros trenes  más cálidos y calmos que me seducen.
Como sea, no subí al vagón verdadero , pero ascendí un cerro para ir en busca  del faro más alto y  antiguo del mundo.  Desde ahí vislumbré la estación de la felicidad. Había  un gigantesco espejo donde las personas se miraban a sí mismas. Parecido efecto a la entrada al templo de Delfos con el famoso cartel de entrada: conócete a ti mismo…
Se me ocurrió pensar que la apariencia no salva del espejo.  Quién querría salvarse si solo se  trata de vivir, me había dicho una vez ,un pasajero ceniciento, y así fue como se me ocurrió tiznar la mirada del faro y trocar el arrepentimiento ,mi doble faz y todos los matices, por algún otro viaje que no me reflejase.
Me gusta conquistar mundos desde la ventana…


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